NUEVE PAÍSES AMENAZAN AL MUNDO CON SUS ARSENALES ATÓMICOS.
NUEVE PAÍSES AMENAZAN AL MUNDO CON SUS ARSENALES ATÓMICOS.
05.04.2015
Irán representa una pequeña fracción del creciente peligro que para todo el planeta supone el arma nuclear.
Desde el mismo arranque de la era atómica –materializado en agosto de 1945 con el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki– un grupo de físicos, ingenieros y otros especialistas del decisivo Proyecto Manhattan empezaron a publicar en Chicago una revista para explicar los grandes debates generados por esta nueva tecnología apocalíptica y defender la necesidad de un estricto control internacional.
Dos años después, el comité del Boletín de Científicos Atómicos fue más allá y creó un símbolo para divulgar sus trascendentales preocupaciones: el reloj del Juicio Final (Doomsday Clock).
Al poner en marcha esta metáfora sobre el peligro de una deliberada destrucción del planeta, el reloj marcaba siete minutos para la medianoche. En 1949, con el primer ensayo nuclear de la Unión Soviética, las manecillas empezaron a moverse hacia el punto y final. Desde entonces, el reloj se ha ajustado en más de una veintena de ocasiones, con márgenes de 2 a 17 minutos según los diversos avatares de la proliferación nuclear durante y después de la Guerra Fría. Y según la última puesta en hora realizada en enero, con la supervisión de 18 premios Nobel y forzada también por los efectos del cambio climático, ya solo faltarían tres minutos para lo peor.
De acuerdo a este preocupante diagnóstico, Irán representa una fracción más bien reducida del endemoniado problema que representa el creciente arsenal nuclear para todo el mundo. Por un lado no han prosperado las buenas intenciones generadas tras el final de la Guerra Fría para que Estados Unidos y Rusia pudieran avanzar por la senda de reducir en todo lo posible esa terrible categoría de armas de destrucción masiva. De hecho, los dos gigantes nucleares se encuentran desde hace tiempo embarcados en un cuestionado proceso de modernización de sus respectivos arsenales.
Por otro lado, el panorama geoestratégico se complica todavía más con la conducta atribuida a países en el vagón de cola de la proliferación nuclear como India, Pakistán, Israel o Corea del Norte. Estas naciones –con muy diferentes motivaciones, estratégicas y diferentes grados de estabilidad interna– están compartiendo un empeño similar deexpandir y perfeccionar sus armas nuclearescomo una forma legítima para garantizar su seguridad nacional.
Esta amenazadora realidad, según argumenta el Boletín de Científicos Atómicos, tiene responsables: «Los líderes mundiales han fracasado a la hora de actuar con velocidad o en la escala que se requiere para proteger a los ciudadanos ante una potencial catástrofe. Estos fallos de liderazgo político ponen en peligro a toda las personas en la Tierra». Con el agravante de haber desaprovechado las oportunidades generadas tras la caída del Muro del Berlín.
Cuatro «cerebros»
La lucha para acabar con la amenaza de las armas nucleares fue renovada en enero de 2007 con la
ayuda de cuatro «cerebros» de la política exterior de Estados Unidos: Henry Kissinger, George Shultz, Sam Nunn y William Perry. La iniciativa bipartidista de estos pesos pesados inspiró la formación del grupo de presión Global Zero que, con respaldo de una multitud de líderes internacionales, aspiraba a hacer realidad la utopía de un total desarme nuclear.
En 2009, el presidente Obama hizo suya la agenda de reducción de armas nucleares en el mundo. Y de hecho, la Casa Blanca ha venido encabezando los esfuerzos para encontrar una solución negociada a las ambiciones nucleares de Irán y dotar de mayor validez al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). En 2010, Estados Unidos llegó a firmar el tratado New START con Rusia, que limita a un máximo de 1.550 el número de cargas estratégicas para cada uno de los dos signatarios.
Desde entonces, las relaciones entre Washington y Moscú no han hecho más que deteriorarse, especialmente tras el pulso planteado por Putin en Ucrania. Y esas tensiones están agotando rápidamente la buena voluntad solicitada por Kissinger y sus colegas para avanzar en materia de desarme nuclear. Por ejemplo, la Casa Blanca y el Kremlin cesaron en diciembre de 2014 todas sus decisivas actividades de cooperación para garantizar la seguridad de materiales nucleares.
En lugar de un mayor desarme, Estados Unidos y Rusia se han embarcado en un inquietante esfuerzo para modernizar sus arsenales. Tras seis años de apostar por la no proliferación con vistas a una cumbre del TNP prevista para mayo de este año, se espera que la Administración Obama destine 348.000 millones de dólares durante la próxima década para la puesta a punto de sus armas nucleares. Mientras que Rusia dentro de su hostil beligerancia también está invirtiendo casi un tercio de su creciente presupuesto de defensa en mejorar su arsenal nuclear.
La Casa Blanca insiste en que este esfuerzo es necesario para lograr un arsenal nuclear más pequeño, flexible y que facilite los objetivos iniciales de desarme. Es verdad que el número de cabezas nucleares operativas se ha reducido sustancialmente desde la plusmarca de 64.500 cargas alcanzada en 1986 hasta las 10.000 existentes en la actualidad. Sin embargo, la terrible posibilidad de que alguna de estas armas termine siendo utilizada sería cada vez mayor. Un peligro asociado a la imposibilidad de recrear los protocolos de confianza mutua asumidos por Washington y Moscú durante la Guerra Fría.
En 1986, el llamado club nuclear se limitaba a tan solo siete potencias, incluido el desmantelado programa de Sudáfrica. Ahora, ese club nuclear ha terminado por ampliarse hasta nueve miembros, con toda clase de complicaciones adicionales y sin ninguna intención a renunciar a estas prerrogativas de fuerza por parte de sus nuevos socios.
Utilización accidental
China, cada día más implicada con sus vecinos en disputas sobre jurisdicción marítima, es especialmente cautelosa sobre el tamaño y capacidades de sus fuerzas nucleares, además de no compartir detalles sobre su doctrina de empleo. A pesar de haber realizado su primer ensayo hace medio siglo, el desarrollo de su arsenal nuclear ha sido más bien limitado y lento. Sin embargo, desde 2007, el régimen de Pekín ha multiplicando sus capacidades en términos de misiles y submarinos, en contra de sus compromiso de no utilizar este tipo de cargas en un primer ataque.
Pakistán, desde su primer ensayo nuclear en mayo de 1998, destaca como uno de los países más preocupantes en el club nuclear. Su inestabilidad interna y la incapacidad del gobierno central para controlar todo su territorio contrastan con un esfuerzo sostenido para ampliar su capacidad como primer Estado islámico con armas nucleares. Con más de un centenar de cargas, abundante uranio enriquecido y múltiples sistemas para su utilización, el arsenal nuclear paquistaní presenta el mayor crecimiento en todo el mundo.
Israel ni tan si quiera reconoce que dispone de sus propias armas nucleares, con estimaciones que abarcan entre 80 y 200 cabezas. Pese a su extrema discreción, Israel está desplegando su nuevo y móvil misil Jericó III con un alcance de 6.000 kilómetros. Además de ser uno de los pocos países con arsenal nuclear que tiene capacidad triple para utilizar estas cargas a través de misiles móviles, aviones y submarinos.
A Corea del Norte se le atribuyen diez cargas nucleares, con capacidad para incorporar una más cada año. Dentro de su activo programa, que incluye la capacidad de enriquecer uranio y producir el plutonio requeridos para construir bombas, ha realizado ensayos nucleares en 2006, 2009 y 2013. Un peligro completado con el desarrollo de misiles cada vez con mayor alcance y capacidad. De hecho, el régimen de Pyongyang no tiene reparos en amenazar constantemente a sus presuntos enemigos con un holocausto nuclear.
Todo este panorama no hace más que multiplicar las posibilidades de una utilización accidental, no autorizada o inadvertida de cargas nucleares, sin olvidar la posibilidad de un ataque terrorista con estas armas de absoluta destrucción masiva. Solamente Estados Unidos y Rusia mantienen centenares de cargas nucleares en alerta, dispuestas a ser utilizadas en cuestión de minutos. Tres minutos hasta la medianoche, según el reloj del Juicio Final.
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